La mujer ante la vejez
En el pasado día 6 Marzo de 2011 se publicó unos datos referidos al envejecimiento poblacional de Andalucía con especial mención al número de mujeres mayores de 65 años. Aprovechamos esta noticia para hacer algunos comentarios al respecto.
Un rasgo que caracteriza el envejecimiento en las sociedades desarrolladas es el proceso de su feminización La prospección demográfica revela que el 16,9% de las mujeres andaluzas tiene hoy más de 65 años, frente al 12,7% en el caso de los hombres. Si hacemos un estudio en edades, encuadradas en el envejecimiento, pero teniendo en cuenta el sexo, podemos decir que las estadísticas reflejan que la esperanza de vida al cumplir 65 años se prolonga 17 años más para los hombres y casi 20 para las mujeres. La vejez tiene pues un perfil femenino y de viudez, y que en las biografías de las mujeres mayores de hoy predominan efectos sociales y culturales que fomentaban la desigualdad según género
En este sentido hay que destacar dos situaciones que se manifiestan en la sociedad: el hecho de ser mujer y el de ser mujer mayor. El sexo no se puede cambiar ni tampoco la edad, pero si la imagen que se tiene socialmente del hecho de ser hombre o mujer y de las oportunidades que se brinda a cada uno para conseguir sus propias metas. El ser mayor no es lo mismo para los hombres que para las mujeres, ya que la sociedad tiene diferenciados sus roles respectivos
Aunque se ha producido un progresivo acercamiento entre las posiciones de ambos sexos - incorporación de la mujer al trabajo, con los cambios asociados a este hecho; mayores ingresos; más relaciones sociales; mejora del nivel educativo, etc.- las desigualdades respecto a los hombres persisten en la vejez. Tienen su origen en diferencias económicas, educativas, de salud, y de rol. Ello lleva consigo que la pobreza, la soledad y la salud etc. expresan de manera contundente, las diferencias entre las mujeres y los hombres mayores, en lo que respecta a la calidad de vida.
En el caso de España, muchas de las mujeres que actualmente tienen edades superiores a los 65 años, no trabajaron fuera del hogar, y si lo hicieron no fue, generalmente, a lo largo de todo el periodo de edad laboral. El exclamar que la mujer nunca se jubila, no es solo una frase ocurrente, sino la realidad de lo que sucede a la mayoría de las mujeres. Sus responsabilidades domésticas absorben tiempo y su tiempo sigue tan ocupado como antes. La mujer mayor no tiene un rol sin rol como el hombre en su jubilación, sino un puesto con muchos roles y de gran importancia.
Los años adicionales de vida de que disfruta la mujer, al tener mayor esperanza de vida en años, no son necesariamente positivos, por limitaciones físicas, económicas y sociales. La diferencia en calidad de vida entre mujer mayor y hombre mayor se puede resaltar a través de dos indicadores. El primero de ellos, la cantidad de tiempo desocupado de que dispone la mujer para dedicarlo libremente a actividades relacionadas con el cuidado personal y la satisfacción de necesidades, ya sean educativas, lúdicas, laborales etc.. Al dedicar los hombres muy poco tiempo al trabajo doméstico, no resulta difícil comprender que tiene una calidad de vida mayor y mejor que las mujeres. El segundo, la autonomía de que dispone la mujer para hacer lo que se desea con su tiempo desocupado, es tres veces inferior a la capacidad de la que disfrutan los hombres. Las mujeres están mas condicionadas por las personas que comparten su vida – marido, hijos, padres etc. y no ponen en primer lugar lo que quisieran hacer sino lo que tienen que hacer. Paradójicamente, estas mujeres que han cuidado siempre a otras personas - padres, marido, hijos y nietos- ahora no tienen quién las atienda. Son la última “generación cuidadora” y, a su vez, la primera generación excluida del apoyo familiar directo. Son las consecuencias de los importantes cambios sociales acontecidos.
Hemos de poner de relieve, la importancia de que las mujeres mayores reconozcan y valoren todo lo que han hecho y saben hacer. Al haber dedicado su tiempo a actividades domésticas que están desvalorizadas por no estar integradas en el mercado laboral, ha llevado consigo un efecto negativo para muchas de ellas, ya que lo que ha sido lo central en sus vidas, el trabajo doméstico, carece de valor. Todo lo que han hecho, y hacen, se diluye en el día a día, no se traduce en “producto”.
Queda pues patente que aunque las mujeres mayores constituyen una parte importante e imprescindible en el proceso del envejecimiento, llevan a sus espaldas la mayor parte del trabajo en el ámbito familiar y sin embargo no disfruta de las condiciones de calidad de vida e igualdad de oportunidades que deben estar garantizadas en cualquier sociedad y especialmente en las sociedades democráticas.
Hasta hace poco, el sexo y la edad eran determinantes para predecir algunos de los comportamientos más importantes de los individuos, es decir del papel y de la posición que detentan en el conjunto social. No obstante, aunque el sexo no se puede cambiar ni tampoco la edad, si puede ofrecerse a la sociedad una nueva imagen del hecho de ser hombre o mujer y de las oportunidades que la sociedad brinda a cada uno para conseguir sus propias metas y en definitiva ser feliz El aumento de la esperanza de vida va a ir acompañado de unos estándares de salud mucho mejores y las mujeres mayores de los próximos 20 años, beneficiarias de las nuevas posiciones feministas, se enfrentarán a la vejez con experiencias laborales, económicas, familiares, de poder y estatus diferentes a las de sus predecesoras y, por lo tanto, dispondrán de mayores recursos económicos, sociales e intelectuales que ellas. Todo ello exigirá una redefinición de los roles tradicionales relativos a la pareja, la familia, el trabajo remunerado, el dinero, el sexo, etc. Con ello se abren numerosos interrogantes con el objetivo de conocer el nuevo significado de las posiciones de las mujeres y de los hombres, a lo largo de todo el ciclo vital. Los roles de genero en las nuevas generaciones de mujeres tiende hacia la igualación
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