domingo, 12 de mayo de 2013

LA VENTANA DEL MAYOR (138)


Tiempo y vejez

Siguiendo a Mercedes Olmo Andreu, Psicóloga Clínica, vamos a realizar un breve recorrido por el camino trazado por el tiempo que conduce a la etapa del ciclo vital del ser humano que conocemos con  el nombre de vejez.

El tiempo pasa y lo hace de manera diferente para cada uno de nosotros. En ocasiones el tiempo se hace eterno; otras veces el tiempo vuela, en función de nuestras vivencias. En cada época de la vida tenemos una  forma de vivir distinta. En la infancia vivimos un tiempo lento, el futuro es muy lejano y se hace esperar. En cambio en la vejez vivimos un tiempo y una vida que se está acabando, un futuro que se acorta y la muerte ya no es algo impersonal y lejano,  sino un hecho real e ineludible. En la vejez,  se unen pasado y futuro. Es mucho el recorrido que se ha hecho: toda una vida, pero es poco el recorrido que queda por hacer. Desde la vejez se ve toda la vida humana.
  

No resulta fácil poder mantener el  bienestar personal, apareciendo sentimientos de desesperación dominado por el temor angustioso y angustiante ante la muerte, por el sentimiento de que lo que queda de vida es poco y que ya no será posible la elaboración de todo lo perdido, ni tampoco quedan fuerzas para un nuevo estilo de vida, ni nuevas formas de relación. El problema de esa edad, de la vejez, es que ya no quieres hacer nada,  que ya no le importe a uno nada. La verdadera vejez es la que dice: para qué cuento yo esto, para qué tengo que estar contando esto si ya me voy a morir, si no me interesa llegarle a nadie.

La visión de la vejez en la sociedad actual es fundamentalmente negativa. La vejez ya no se considera como expresión de experiencia, de sabiduría ante la vida, sino que se asocia a decadencia, a pérdida de capacidades e involución, tratándose al mayor  como a alguien desposeído de todo su bagaje vital, de todo su saber, de todo aquello que se adquiere por el hecho de haber vivido toda una vida. Se desvaloriza la experiencia y  la vejez, ofreciendo modelos para envejecer,  inadecuados, basados en un defensivo culto a la vida y la juventud infinita, que niegan en gran medida la compleja realidad de la vejez.

Envejecer no sólo es esperar a morir. La vida es una readaptación constante y, en el último tramo, la tarea vital que se nos impone es la de enfrentarnos a la propia muerte, a la vez que seguir viviendo.

La filosofía siempre se ha ocupado de los temas básicos para los humanos, como son la vida y la muerte: “Nada le preocupa menos a la persona sabia que su propia muerte”. Pero tiene que ser sabia. No es fácil alcanzar esta sabiduría, ni personal ni colectivamente, en una sociedad en la que la muerte es un tabú, algo de lo que no se puede hablar, a lo que cuesta acercarse emocionalmente.

“La vida se comprende mirando hacia atrás, pero sólo se vive mirando hacia delante”. La vida es lo que se tiene por delante. Y para que haya vida, la persona ha de tener conciencia de albergar posibilidades  sobre todo en el momento final de la vida, en que la vida se agota. La experiencia es lo que queda, no lo que pasa.  Hace unos días una anciana de 90 años, aún activa en tareas de voluntariado, decía que la vejez es “acumulación de juventud”. Se refería a acumulación de vida, a la posibilidad de mantener una actitud vital.

La tarea de la vida es estar al cuidado de la vida, hasta el último minuto. La poca o mucha vida que tenemos por delante no depende de una cantidad, sino de una calidad, que tiene que ver con nuestro esfuerzo para apreciar en cada momento la vida que se tiene, lo que hasta el último momento podemos vivir, en relación a nosotros mismos y con los demás. Siempre se puede dar y recibir, sobre todo emocionalmente, en alguna medida, por insignificante que parezca.

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