La mejora de las condiciones sociales y el progreso de la medicina
han aumentado la esperanza de vida, pero a medida que ésta avanza, más fácil es
que aparezcan enfermedades crónicas y discapacidades que nos lleven a precisar
ayuda, y es entonces cuando la necesidad de cuidado se hace más palpable
El envejecimiento progresivo de la población española ya no es
noticia. Las previsiones para el año 2016 hablan de una sociedad con cerca de 9
millones de personas mayores de 65 años (un 18,5% de la población total) con un
incremento notable del grupo que tendrá 80 o más años (6,1% de la población).
Por otro lado, se considera que un 15-20% de la población mayor de 65 años son
personas mayores frágiles que precisan una atención específica para los
múltiples problemas que presentan, y que para ese año 2016 existirán en España
2.300.000 personas mayores con algún grado de discapacidad para realizar las
actividades de la vida diaria.
Entre los profesionales de la medicina, de formación y tradición
curativa, se precisa un cambio de mentalidad, buscando el equilibrio necesario
entre el curar y el cuidar. Ir más allá de la curación de la enfermedad y el
alargamiento de la vida, no olvidando la función humanitaria. Los pacientes más
que la simple cura, buscan comprensión
De todo lo dicho resulta fácil deducir que la asistencia de las
personas mayores de una forma digna y eficiente supone uno de los más
importantes retos que tiene que afrontar nuestra sociedad, tomando conciencia
de la situación y haciendo un notable esfuerzo en la distribución de recursos
destinados a este fin.. La persona mayor se ha convertido en el usuario básico
de los servicios sociales y sanitarios y su presencia en los mismos tendrá
cada vez más peso.
Siguiendo al Dr. Moya Bernal, Master en Bioética, esta realidad
supone para los profesionales que trabajan con personas mayores, no solo un
reto, sino una oportunidad para reflexionar sobre cómo se realiza la atención a
las mismas.
Al trabajo con personas
mayores se llega en muchas ocasiones por azar o por la oferta del mercado
laboral, y también frecuentemente, con escasa formación específica sobre el
proceso de envejecimiento y la atención a los mayores y sin la motivación
profesional.
Los profesionales vivan inmersos en una sociedad en la que existe
una valoración negativa de las personas mayores que influye en su propia
percepción. Pero además, los profesionales manifiestan que el trabajo con
personas mayores es duro, tanto desde el punto de vista físico como
psicológico, y tienen la sensación de que está peor considerado profesional y
socialmente que el trabajo con los más jóvenes.
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Hablamos de profesiones en contacto habitual con la fragilidad, la
dependencia o la muerte; de ayuda, que conllevan exigencias técnicas, pero
además un compromiso ético superior al de otras actividades, precisamente por
trabajar con la vulnerabilidad del ser humano.
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Se trata de introducir en su actividad profesional la reflexión
sobre valores como: el respeto a la autonomía de las personas mayores; su
derecho a una asistencia sin discriminaciones; la obligación moral de proteger
a los más débiles, etc.; y la
utilización de un método que facilite a los profesionales la toma de decisiones
cuando se enfrentan a problemas éticos que les generan incertidumbre y angustia.
Los conceptos de dignidad y respeto son reconocidos como
fundamentales por las personas mayores, aunque desgraciadamente, con
frecuencia, les resulta más fácil hablar de su carencia. Cuando se les pregunta
sobre la dignidad las personas mayores
la relacionan entre otros temas con: el derecho a ser tratados como iguales al
margen de la edad; el derecho a elegir como quieren vivir, ser cuidados y
morir; el derecho a tener el control en las decisiones sobre su salud; el
derecho a mantener su autonomía e independencia sin sentirse solos o como una
carga para la familia
En las situaciones de dependencia,
cuando hay sufrimiento o se acerca la muerte, es cuando más claramente se
entrelazan los problemas médicos con los sociales, económicos, familiares o
afectivos. El cuidado implica dar respuestas a todas estas dimensiones y exige
conocer y poner a disposición de las personas mayores y sus familiares, los
servicios asistenciales y sociales que les puedan ayudar a enfrentarse a la
diversidad de problemas que se les plantean. No pueden responder echando mano
exclusivamente de protocolos o normas escritas. Cuidar exige un compromiso con
la persona y sensibilidad humana.
Concluimos diciendo que nos
encontramos ante una sociedad que cada día envejece más y necesita
profesionales formados y dispuestos a cuidarla. Las profesiones de ayuda
tendrán que dar un paso al frente, pues la fragilidad y la vulnerabilidad
aumentan las obligaciones morales de aquellos que han elegido estas
profesiones. Los valores están siempre presentes en nuestra actividad diaria,
pero a veces nos resulta difícil ser conscientes de su presencia y ponerles
nombre. La rutina es mala compañera para identificarlos. Reflexionar sobre
nuestros prejuicios y nuestras actitudes cotidianas nos puede ayudar a tenerlos
presentes y a cambiar algunos hábitos que, a veces, nos impiden encontrar sentido
a lo que hacemos.
Las personas mayores nos están pidiendo que les cuidemos. Quizás
si nos atrevemos a sentarnos a su lado y a escucharles, descubramos personas
agradecidas, deseosas de compartir sus experiencias y sus sentimientos, y
llegaremos a la conclusión de que trabajar con personas mayores puede ser, de
hecho lo es, gratificante.
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