lunes, 9 de julio de 2012

LA VENTANA DEL MAYOR (105)


La mejora de las condiciones sociales y el progreso de la medicina han aumentado la esperanza de vida, pero a medida que ésta avanza, más fácil es que aparezcan enfermedades crónicas y discapacidades que nos lleven a precisar ayuda, y es entonces cuando la necesidad de cuidado se hace más palpable

El envejecimiento progresivo de la población española ya no es noticia. Las previsiones para el año 2016 hablan de una sociedad con cerca de 9 millones de personas mayores de 65 años (un 18,5% de la población total) con un incremento notable del grupo que tendrá 80 o más años (6,1% de la población). Por otro lado, se considera que un 15-20% de la población mayor de 65 años son personas mayores frágiles que precisan una atención específica para los múltiples problemas que presentan, y que para ese año 2016 existirán en España 2.300.000 personas mayores con algún grado de discapacidad para realizar las actividades de la vida diaria.

Entre los profesionales de la medicina, de formación y tradición curativa, se precisa un cambio de mentalidad, buscando el equilibrio necesario entre el curar y el cuidar. Ir más allá de la curación de la enfermedad y el alargamiento de la vida, no olvidando la función humanitaria. Los pacientes más que la simple cura, buscan comprensión

De todo lo dicho resulta fácil deducir que la asistencia de las personas mayores de una forma digna y eficiente supone uno de los más importantes retos que tiene que afrontar nuestra sociedad, tomando conciencia de la situación y haciendo un notable esfuerzo en la distribución de recursos destinados a este fin.. La persona mayor se ha convertido en el usuario básico de los servicios sociales y sanitarios y su presencia en los mismos tendrá cada  vez más peso.

Siguiendo al Dr.  Moya  Bernal, Master en Bioética, esta realidad supone para los profesionales que trabajan con personas mayores, no solo un reto, sino una oportunidad para reflexionar sobre cómo se realiza la atención a las mismas.

 Al trabajo con personas mayores se llega en muchas ocasiones por azar o por la oferta del mercado laboral, y también frecuentemente, con escasa formación específica sobre el proceso de envejecimiento y la atención a los mayores y sin la motivación profesional.

Los profesionales vivan inmersos en una sociedad en la que existe una valoración negativa de las personas mayores que influye en su propia percepción. Pero además, los profesionales manifiestan que el trabajo con personas mayores es duro, tanto desde el punto de vista físico como psicológico, y tienen la sensación de que está peor considerado profesional y socialmente que el trabajo con los más jóvenes.
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Hablamos de profesiones en contacto habitual con la fragilidad, la dependencia o la muerte; de ayuda, que conllevan exigencias técnicas, pero además un compromiso ético superior al de otras actividades, precisamente por trabajar con la vulnerabilidad del ser humano.
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Se trata de introducir en su actividad profesional la reflexión sobre valores como: el respeto a la autonomía de las personas mayores; su derecho a una asistencia sin discriminaciones; la obligación moral de proteger a los más débiles, etc.;  y la utilización de un método que facilite a los profesionales la toma de decisiones cuando se enfrentan a problemas éticos que les generan incertidumbre y angustia.

Los conceptos de dignidad y respeto son reconocidos como fundamentales por las personas mayores, aunque desgraciadamente, con frecuencia, les resulta más fácil hablar de su carencia. Cuando se les pregunta sobre la dignidad  las personas mayores la relacionan entre otros temas con: el derecho a ser tratados como iguales al margen de la edad; el derecho a elegir como quieren vivir, ser cuidados y morir; el derecho a tener el control en las decisiones sobre su salud; el derecho a mantener su autonomía e independencia sin sentirse solos o como una carga para la familia

 En las situaciones de dependencia, cuando hay sufrimiento o se acerca la muerte, es cuando más claramente se entrelazan los problemas médicos con los sociales, económicos, familiares o afectivos. El cuidado implica dar respuestas a todas estas dimensiones y exige conocer y poner a disposición de las personas mayores y sus familiares, los servicios asistenciales y sociales que les puedan ayudar a enfrentarse a la diversidad de problemas que se les plantean. No pueden responder echando mano exclusivamente de protocolos o normas escritas. Cuidar exige un compromiso con la persona y sensibilidad humana.

Concluimos diciendo que  nos encontramos ante una sociedad que cada día envejece más y necesita profesionales formados y dispuestos a cuidarla. Las profesiones de ayuda tendrán que dar un paso al frente, pues la fragilidad y la vulnerabilidad aumentan las obligaciones morales de aquellos que han elegido estas profesiones. Los valores están siempre presentes en nuestra actividad diaria, pero a veces nos resulta difícil ser conscientes de su presencia y ponerles nombre. La rutina es mala compañera para identificarlos. Reflexionar sobre nuestros prejuicios y nuestras actitudes cotidianas nos puede ayudar a tenerlos presentes y a cambiar algunos hábitos que, a veces, nos impiden encontrar sentido a lo que hacemos.

Las personas mayores nos están pidiendo que les cuidemos. Quizás si nos atrevemos a sentarnos a su lado y a escucharles, descubramos personas agradecidas, deseosas de compartir sus experiencias y sus sentimientos, y llegaremos a la conclusión de que trabajar con personas mayores puede ser, de hecho lo es, gratificante. 

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