Salud, dinero y amor en el marco de la vejez
Mientras es posible valerse por uno mismo para caminar, orientarse, vestirse, leer- nos resistimos a vernos como un viejo, ya que lo que caracteriza la vejez es, por encima de todo, la falta de autonomía, la dependencia, que impide llevar una vida normal. En tal situación, la persona mayor teme ser abandonada a su suerte, a que dejen de cuidarla o la excluyan definitivamente de la vida de los otros, de los seres más cercanos.
Por otro lado la tecnificación y la especialización de la medicina tienen el peligro de perder de vista al ser humano, al individuo, manteniendo un modelo de medicina dirigido sólo a curar la enfermedad y a alargar la vida. Los fines de la medicina deben cambiar si queremos buscar una vejez de calidad que no haga de los ancianos un colectivo de excluidos.
Por otro lado en el modelo de ESTADO DE BIENESTAR, la vejez se encuentra materialmente protegida. Pero esa protección siempre es escasa e insuficiente. La jubilación debería significar el comienzo de un período más tranquilo y descansado. No obstante el paso obligado a engrosar las filas de los pensionistas representa, en la mayoría de los casos, una de esas «nuevas exclusiones» que florecen en las actuales democracias sociales. Nuestro modelo de sociedad tiende a relegar a los viejos a la inactividad, o a una actividad nada reconocida, como la de ejercer de abuelo.
La inactividad forzada trae consigo la pérdida de capacidad adquisitiva y, por tanto, añade un elemento de capital importancia a la condición de inexistencia social que padecen los mayores. En la sociedad de consumo, el que no produce ni consume en grandes proporciones, deja de existir. Es lo que les ocurre a los mayores, que poco a poco irán descubriendo que la oferta del mercado no va dirigida a ellos. Sin embargo también es cierto que, a medida que la sociedad va envejeciendo, el mercado no tarda en encontrar una nueva fuente de ingresos, la de las «necesidades» de los ancianos. Las «tiendas del abuelo», todavía excepcionales, han de acabar proliferando, contribuyendo a generar demandas, ya que la persona mayor es alguien que solicita y necesita mercancías especiales porque el envejecimiento trae consigo una serie de achaques y necesidades. Pero las cosas para cubrir las necesidades de los viejos han sido diseñadas para otras edades, no para la vejez. La vista cansada, por poner un solo ejemplo, es un achaque generalizado a partir de una edad relativamente temprana. Sin embargo, todo lo que hay que leer -libros, periódicos, letreros, anuncios- está hecho sólo para quienes conservan la agudeza visual intacta. Se lamentaba de ello Ramón y Cajal en su espléndido libro El mundo visto a los ochenta años, y escribía: «Atendiendo a móviles económicos, editores e impresores parecen confabulados para atormentar a la senectud estudiosa”
Como hemos puntualizado anteriormente, la protección de la salud es un derecho fundamental y el goce de una renta mínima es uno de los bienes que todo estado justo debería garantizar. Pero no basta la justicia como condición de unos mínimos de felicidad; también tiene que haber amor, compañía, fraternidad, solidaridad. Virtudes estas últimas que no puede proporcionar la administración pública, como hace con las pensiones o con la protección de la salud, sino que dependen de una buena disposición en nuestras mutuas relaciones. Los mayores no sólo necesitan justicia, sino también afecto, incluso compasión, si entendemos bien esta palabra como el «sentir con» el que sufre y lo pasa mal. Si queremos evitar que los ancianos se sientan excluidos habrá que apelar a las actitudes de las personas y no sólo a una gestión de las administraciones públicas más justa. Los mayores necesitan afecto, cuidado, estima, para poder a su vez autoestimarse. Necesitan la cercanía de la familia, de los amigos, una cierta calidez social.
Para que las tres condiciones mencionadas, salud, dinero y amor logren una vejez más digna, la sociedad debe transformarse: tiene que haber cambios en las políticas públicas que replanteen la obligatoriedad de la jubilación, que aseguren la garantía y dignidad de las pensiones, que ayuden a las familias para que éstas puedan cuidar de los mayores, que reconozcan el valor de cualquier forma de trabajo sea o no remunerado; tiene que haber cambios en la medicina para que el cuidado entre a formar parte de sus fines como lo ha sido siempre el curar; y tiene que cambiar la educación. Prepararse para la vejez es la forma de prepararse para vivir dignamente, y los recursos de los que uno puede echar mano en la vejez no se improvisan, sino que se atesoran a lo largo de toda la vida
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