martes, 25 de junio de 2013

LA VENTANA DEL MAYOR (144)

Género y cuidados informales

    El envejecimiento de la población y la creciente importancia de las enfermedades crónicas plantean la necesidad de abordar la problemática relacionada con el cuidado  y la atención de las personas dependiente, ya que entre un 5 a un 10% de los mayores de 65 años tienen limitaciones para cuidarse por si mismos  y problemas de movilidad.
Los cuidados se realizan sobre todo en el seno de las familias y en menor medida en la red de servicios socio-sanitarios como residencias geriátricas, hospitales o centros especializados. Si embargo cabe resaltar que en estas situaciones carenciales,  la demanda de ayuda ha sido atendida,  mayoritariamente, por la familia. Tenemos así la figura de los cuidadores informales, en un 85% mujeres – sin olvidar al colectivo de hombres -, que dedican una importante actividad diaria al cuidado de personas con discapacidades permanentes

                        Realizan la tarea con personas mayores que no pueden valerse por sí mismas para realizar actividades de la vida diaria como el aseo, alimentación, movilidad, vestirse; para la administración de tratamientos o acudir a los servicios de salud, entre otras.   El perfil de  estas cuidadoras es la de una mujer de 52 años, con estudios bajos, ama de casa que convive con la persona cuidada  generalmente su hija. Nos encontramos así  con mujeres de entre 40 y 60 años que enfrentan múltiples responsabilidades  relacionadas con la generación que les antecede y las que les suceden y que además ha de  enfrentar los ajustes propios de su propio proceso de envejecimiento.

El papel de mujer cuidadora lleva consigo una limitación a sus propios  intereses, con menos tiempo  de dedicación a su  cuidado personal, unido  en muchos casos, al papel  de ama de casa. Se reduce el tiempo de ocio, cansancio por no tener vacaciones,  no frecuentar amigos, sentirse deprimida, no poder trabajar fuera,  problemas económicos, reducción de su jornada de trabajo y dejar de trabajar, con los efectos desfavorables que todo ello acarrea para la salud y la calidad de vida. Merma de participación social y autonomía, sus relaciones interpersonales se complican;  más trabajo no remunerado.

La cuestión  se agudiza ante la falta de apoyo de las administraciones públicas y la poca repercusión que esto tiene en la fiscalidad. Curiosamente cuando se pregunta a las cuidadoras cómo se sentirían recompensados por su tarea, la respuesta mayoritaria es mediante una remuneración económica del Estado
En nuestro país el desarrollo del Estado de Bienestar ha sido reciente y respecto a los servicios sociales, su escasez es manifiesta. En estos tiempos, además, las políticas sociales públicas han estado condicionadas por los objetivos económicos de control del gasto público, por lo que ni se han desarrollado las suficientes alternativas al cuidado familiar (residencias) ni son suficientes las ayudas y apoyo a las familias que cuidan a las personas dependientes
Recientemente las atenciones y cuidado de las personas mayores se están considerando  como trabajo voluntario, como solidaridad intergeneracional y en los servicios sociales y de salud se reconoce el papel de cuidador/ra y la necesidad de prestarle apoyo. Este cambio de valores tiene que ver con la emergencia de nuevas demandas de servicio de ayuda a domicilio, residencias, centros de día, etc. para apoyar o suplir una labor que antes realizaban calladamente las mujeres como algo natural y que actualmente es menos compatible con su vida laboral y social. Ha empezado a valorarse esta función cuando se hace por personas externas al domicilio bien sean cuidadores pagados o voluntariado.

Terminamos poniendo de relieve determinadas líneas de actuación en relación con la labor realizada por las “cuidadoras familiares” Se impone la valoración social  y económica de la misma, llevando a cabo una evaluación del coste que supondría su mercantilización, así como demandar compensaciones en las rentas familiares o de índole fiscal.  Se hace necesario también profundizar en los cambios culturales que superen la división de roles entre sexos, implicando a los hombres en las tareas de cuidado y en actividades domésticas., Y por último, la extensión de una red de apoyos sociales e institucionales que alivien las situaciones graves o los momentos de crisis

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