domingo, 15 de diciembre de 2013

LA VENTANA DEL MAYOR (158)

Algunas recomendaciones para el final de la vida


         El final de la vida debe de ser la continuidad de la vida. Nuestra época ha introducido cambios importantes en la manera de vivir la muerte, que van más allá del deseo de ignorarla. Se muere de otra forma y en otros sitios. Hasta hace 40-50 años no se moría en los hospitales, pero el gran desarrollo de la medicina hospitalaria y la tecnificación de la profesión han determinado  un doble criterio sobre el lugar del tratamiento Algunos pacientes pueden estar bien asistidos en su casa y desean permanecer en ella hasta el final, pero otros necesitan cuidados técnicos o humanos que sólo un hospital u otra institución les puede proporcionar en esos momentos tan difíciles.  La muerte en el propio domicilio, con preferencia, se asocia habitualmente a un menor riesgo de pesar y  a una mayor posibilidad de despedirse de este mundo en el mismo entorno en el que se ha vivido. 



         La búsqueda de una "muerte digna" se ha convertido en uno de los temas más discutidos de nuestro tiempo. A la persona que se siente morir, y mucho más a la que sabe que se va a morir, se le plantean diferentes conflictos que la familia debe conocer y ser capaz de valorar. Estos conflictos suelen agruparse en dos grandes apartados: pérdidas y temores. Entre las pérdidas, una de las más importantes es la de la propia independencia para llevar a cabo su papel en la familia y en la sociedad. Se producen pérdidas de imagen y de apariencia, pérdidas en muchos casos del control de los acontecimientos, de la capacidad para tomar decisiones o seguir el proceso de la propia enfermedad. Son pérdidas a menudo automáticas e inevitables. Entre los miedos, cabe destacar, en primer lugar el temor a la propia muerte, la pérdida de esperanza, sentimientos de frustración cuando se analiza la vida pasada y se piensa en los problemas que se dejan pendientes. El miedo se expresa también en aspectos mucho más concretos: al dolor que puede llegar, a los efectos del tratamiento, a la situación económica o al rechazo y abandono por parte de la familia y los amigos.  


         También otro de los problemas concretos con los que deberá enfrentarse la familia al llegar a este momento, es el tema de la información de la enfermedad. Todas las personas mayores tienen derecho a conocer su enfermedad así como su diagnóstico, pronóstico. Es un derecho recogido en la ley de sanidad y en la ley de autonomía del paciente. La familia, no debe de tener miedo al respecto. No es conveniente el mantener la llamada conspiración de silencio, es decir, ocultar la verdad. Es más, la persona mayor sin decirle la verdad, en muchas ocasiones conoce mejor que la familia su enfermedad y su pronóstico.

         Otro tema importante es conocer las preocupaciones reales o imaginarias que tiene la persona mayor moribunda, debido a que puede ser más importante solucionarle en un momento dado un problema de comunicación, de herencia o de una donación, que resolver su dolor. En su agonía se interesará profundamente por su familia como lo hacía cuando estaba bien. Las preocupaciones por sus seres queridos pueden ser causa de que el paciente se sienta inquieto y precise más cuidados. El contacto físico es fundamental para que  se sienta aceptado y acompañado

         Y ahora para terminar, unas recomendaciones de apoyo familiar para aliviar los temores comunes de una persona mayor cercana a la muerte: primera, tranquilizar constantemente al paciente asegurándole que se le mantendrá cómodo con la medicación y con la presencia de la familia; segunda,  ser sensibles a los ruegos verbales y no verbales del enfermo cuando solicita compañía, lo que ayuda a mantener su sensación de seguridad, autoconfianza y dignidad; tercera, responder al enfado y hostilidad del paciente con apoyo y comprensión; cuarta, las necesidades espirituales tienden a reavivarse. Si la persona está ansiosa y lucha por resistir a la muerte puede morir en un estado de pánico, mientras que si acepta como inevitable la muerte, está confortado, libre de dolor, emocional y espiritualmente tranquilo. Su muerte puede acompañarse de una sensación de profunda calma. 

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