CREATIVIDAD EN EL MARCO DEL PARADIGMA DEL ENVEJECIMIENTO ACTIVO (III de V)
No hay unanimidad para determinar cuando una persona se hace vieja. Desde el criterio cronológico al funcional. Pero la edad cronológica no es un indicador exacto de los cambios que acompañan al envejecimiento. Lo esencial no es el mero transcurso del tiempo sino la calidad de tiempo transcurrido. También es un error considerar que la vejez represente necesariamente “incapacidad”. No podemos por tanto fijar fecha cierta para entrar en la vejez ya que esta es una variable sobre la que actúan numerosos factores, aparte de la edad. La “genética” en un 25% y el “ambiente” en un 75%, entendiéndose como tal la educación, los hábitos dietéticos y sociales, sin olvidar la generación y el cambio generacional o lo que es lo mismo, el tiempo histórico o época en la que existe la persona. La vejez es un proceso en donde los aspectos biológicos, psicológicos y sociales de cada sujeto se modifican a su propio ritmo y tiempo. Según la OMS la vejez no es simplemente un proceso físico sino de un cambio revolucionario.
Somos autores de nuestro propio envejecimiento. La poca o mucha vida que tenemos por delante no depende de una cantidad sino de una calidad que tiene que ver con nuestro esfuerzo. Se produce una necesaria inversión, entrando, sin darnos cuenta en otra dimensión, sin dejar por eso de vivir el presente que nos corresponde, con toda su intensidad y grandeza.
En el último tercio del siglo XX tuvo lugar la revisión de ciertos códigos culturales como reacción alternativa contra los mitos populares de dependencia, lo que ha posibilitado el fortalecimiento del concepto de persona mayor, reconstruyendo su identidad. Por esta razón es de interés una divulgación de los resultados de las investigaciones que demuestran que la realidad de este período de la vida es diferente a los estereotipos y mitos que se han extendido, dando a conocer con mayor énfasis y amplitud, las características psicofísicas y sociales de las personas mayores.
El concepto de paradigma aplicado a la etapa de la vejez, implica una visión del fenómeno en un marco teórico, condicionado por el contexto histórico en que surge. Se expresa en la mentalidad colectiva; en la forma como la sociedad piensa, percibe y trata la vejez; en las políticas sociales del Estado hacia el sector de la persona mayor; y en los conceptos que desarrollan las disciplinas científicas acerca de la vejez en cuanto a ciertos productos o bienes culturales.
El paradigma de la desvinculación, es el más antiguo y el que tiene mas arraigo social. El viejo/a ya cumplió su etapa y ahora le corresponde descansar y por tanto se le desvincula de la actividad laboral, económica, política, cultural. El viejo/a se repliega en su intimidad. Pasividad ante la muerte que se aproxima. Hay que cuidarlo, protegerlo, pero no se le toma en cuenta.
Culturalmente estamos habituados a percibir a las personas mayores fuera de las fuerza de trabajo, fuera de los sistemas y de los procedimientos formales de la educación, fuera del sistema formal financiero, fuera de las decisiones del grupo familiar, en el espacio de los “perdedores”, de los que carecen de la capacidad de competir. Pero si miramos hacia adelante se perfilan nuevos modelos de personas mayores, con más recursos sociales, culturales, educacionales y financieros que protagonizaran una vejez diferente frente a los desafíos que lleva consigo hoy, el crecimiento, la globalización, la apropiación de nuevas tecnologías, los roles a desempeñarse en una sociedad del conocimiento etc.
Por estas razones los últimos veinticinco años ha surgido un nuevo paradigma del envejecimiento cuyo concepto ha ido evolucionando. Una de las teorías sociológicas referidas a hecho del envejecimiento, es la de la continuidad que tiene como postulado básico el considerar que la personalidad y el sistema de valores de las personas mayores permanece intacto con los años, siempre que se hayan adaptado a la evolución que le impone su propio organismo y la sociedad en que vive. Existen estudios que demuestran que la mayoría de las personas conservan intactas sus facultades mentales por lo menos hasta los 70 años y un 30% llegan sin ningún problema a los ochenta o noventa años.
(Continuará)
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