domingo, 12 de enero de 2014

LA VENTANA DEL MAYOR (162)

Dos situaciones de riesgo: La jubilación y la viudedad

Cualquier cambio  ya sea  laboral o  familiar, representa un riesgo. En este sentido hay hechos  relacionados con  la edad que afectan a las personas mayores. Nos referimos a la jubilación  y  viudedad, sucesos que se presentan con más frecuencia a partir de los 65 años, que pueden originar  sentimientos de  soledad, aunque no queremos decir con esto que todas las situaciones de cese de la actividad laboral o cambio en la estructura familiar en edades avanzadas acaben irremisiblemente en episodios de soledad. Se comenta más a modo de  amenaza futura que como un verdadero problema en el presente.

Respecto a los factores responsables de la soledad tras la jubilación podemos destacar la merma de poder adquisitivo,  la pérdida de roles, la caída de estatus, así como la insatisfacción de una vida diaria en mayor o menor medida desestructurada, con  tendencia a la desvinculación social, unido a una creciente pérdida de amistades 



Para que la soledad no sea  un problema que llegue a afectar a los jubilados, se han de poner en juego  una serie de recursos  En primer lugar un comportamiento personal  capaz de evitar sentimientos de inutilidad,  estorbo y   dependencia. 

 En  segundo lugar la familia. Los jubilados coinciden en admitir que tras abandonar el mercado de trabajo, la familia ha pasado a ocupar para ellos un espacio si cabe más importante que antes. Un recurso clave en la lucha contra la soledad. La pareja, los hijos, los nietos y parientes en general son destacados siempre como un pilar central en el que apoyarse en la jubilación. 

Y en tercer lugar, los jubilados subrayan la necesidad de contar con unas redes sociales extensas y eficaces. Para ello es preciso tener amistades con las que intercambiar información, así como actividades de ocio y  tiempo libre

Pero más que la jubilación, es la defunción del cónyuge el suceso más decisivo que conduce a la soledad. La viudez suele erigirse, en efecto, como el principal hecho desencadenante de este sentimiento en las edades avanzadas. Y ello porque tras varias décadas de vida matrimonial, desaparece de pronto la compañía y la afectividad que hasta entonces venía proporcionando la figura conyugal, dando pie a problemas personales de adaptación a la viudedad de tipo no únicamente emocional sino también material. En el peor de los casos,  puede llegar a desilusión por la propia existencia. La falta de motivos para seguir viviendo suele agravarse cuando las circunstancias familiares no son precisamente favorables, sea por ejemplo cuando no se tienen hijos o bien éstos residen en localidades lejanas.



 Hay numerosas estrategias para luchar contra el sentimiento de soledad en la viudedad. Al igual que señalábamos al hablar de la jubilación, la iniciativa personal constituye la primera gran herramienta en este propósito: el abandono momentáneo de la vivienda en busca de encuentros casuales dentro de la comunidad o bien para efectuar alguna visita improvisada, suelen ser acciones relativamente comunes en momentos de crisis anímica. Dentro del domicilio, de otro lado, las tareas domésticas, así como la radio y sobre todo la televisión, son destacados por los mayores como soluciones habituales a las que acuden para salvar la soledad. También subrayamos para las personas creyentes el amparo que hallan en la religión.

Además de los recursos propios, la familia vuelve a ocupar un espacio central frente al problema de la soledad en la viudedad. En estados como la falta del cónyuge, la importancia de saberse protegidos en lo material y emocional por hijos/as y nietos/as es algo destacado como fuente de satisfacción que pueden encontrar en sus vidas. Los mayores tampoco dudan en incluir dentro de sus recursos familiares a hermanos/as, cuñados/as, sobrinos/as y demás parientes. 




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