Tiempo y vejez
Siguiendo a Mercedes Olmo Andreu, Psicóloga Clínica, vamos a realizar un breve recorrido por el camino trazado por el tiempo que conduce a la etapa del ciclo vital del ser humano que conocemos con el nombre de vejez.
El tiempo pasa y lo hace de manera diferente
para cada uno de nosotros. En ocasiones el tiempo se hace eterno; otras veces
el tiempo vuela, en función de nuestras vivencias. En cada época de la vida
tenemos una forma de vivir distinta. En
la infancia vivimos un tiempo lento, el futuro es muy lejano y se hace esperar.
En cambio en la vejez vivimos un tiempo y una vida que se está acabando, un
futuro que se acorta y la muerte ya no es algo impersonal y lejano, sino un hecho real e ineludible. En la
vejez, se unen pasado y futuro. Es mucho
el recorrido que se ha hecho: toda una vida, pero es poco el recorrido que
queda por hacer. Desde la vejez se ve toda la vida humana.
No resulta fácil poder mantener el bienestar personal, apareciendo sentimientos
de desesperación dominado por el temor angustioso y angustiante ante la muerte,
por el sentimiento de que lo que queda de vida es poco y que ya no será posible
la elaboración de todo lo perdido, ni tampoco quedan fuerzas para un nuevo estilo
de vida, ni nuevas formas de relación. El problema de esa edad, de la vejez, es
que ya no quieres hacer nada, que ya no
le importe a uno nada. La verdadera vejez es la que dice: para qué cuento yo
esto, para qué tengo que estar contando esto si ya me voy a morir, si no me
interesa llegarle a nadie.
La visión de la vejez en la sociedad actual es
fundamentalmente negativa. La vejez ya no se considera como expresión de
experiencia, de sabiduría ante la vida, sino que se asocia a decadencia, a
pérdida de capacidades e involución, tratándose al mayor como a alguien desposeído de todo su bagaje
vital, de todo su saber, de todo aquello que se adquiere por el hecho de haber
vivido toda una vida. Se desvaloriza la experiencia y la vejez, ofreciendo modelos para envejecer, inadecuados, basados en un defensivo culto a
la vida y la juventud infinita, que niegan en gran medida la compleja realidad
de la vejez.
Envejecer no sólo es esperar a morir. La vida
es una readaptación constante y, en el último tramo, la tarea vital que se nos
impone es la de enfrentarnos a la propia muerte, a la vez que seguir viviendo.
La filosofía siempre se ha ocupado de los
temas básicos para los humanos, como son la vida y la muerte: “Nada le preocupa
menos a la persona sabia que su propia muerte”. Pero tiene que ser sabia. No es
fácil alcanzar esta sabiduría, ni personal ni colectivamente, en una sociedad
en la que la muerte es un tabú, algo de lo que no se puede hablar, a lo que
cuesta acercarse emocionalmente.
“La vida se comprende mirando hacia atrás,
pero sólo se vive mirando hacia delante”. La vida es lo que se tiene por
delante. Y para que haya vida, la persona ha de tener conciencia de albergar
posibilidades sobre todo en el momento
final de la vida, en que la vida se agota. La experiencia es lo que queda, no
lo que pasa. Hace unos días una anciana
de 90 años, aún activa en tareas de voluntariado, decía que la vejez es
“acumulación de juventud”. Se refería a acumulación de vida, a la posibilidad
de mantener una actitud vital.
La tarea de la vida es estar al cuidado de la
vida, hasta el último minuto. La poca o mucha vida que tenemos por delante no
depende de una cantidad, sino de una calidad, que tiene que ver con nuestro
esfuerzo para apreciar en cada momento la vida que se tiene, lo que hasta el
último momento podemos vivir, en relación a nosotros mismos y con los demás.
Siempre se puede dar y recibir, sobre todo emocionalmente, en alguna medida,
por insignificante que parezca.
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